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Amplios patios de tierra y de ladrillos
un silencio tenaz los ha ganado;
sólo se oye el canto de los grillos
y la queja de un muro derrumbado.

Las malezas cubriendo los rincones
los pisos de madera levantados
las chapas pendiendo, hecha girones
de los techos que han sido desclavados.

El polvo de la tiza suspendido
no se posa ya más sobre los bancos;
los coros y las risas se han dormido
con nostalgias de guardapolvos blancos.

Sin amor envejecen las palmeras
en el tiempo de frutas codiciadas;
de trepar se cansó la enredadera
marchitando sus flores olvidadas.

Perdura en las veredas quebrajadas
el hechizo que consetva el ventanal;
de las rejas sus puntas enmohecidas
del paraíso su aroma violetal.

No convoca estridente la campana
a las aulas que han quedado sin portal;
vacía de palomas la mañana
añorando ver flamear un delantal.

Cada golpe feroz que ha dado el mazo
que la pica ha horadado en el tierral;
los duendes se confunden en abrazo
y hacen ronda en el caído pedestal.

Contarán a sus nietos los abuelos
que las hadas hechizaron el lugar;
que en las noches se agitan los pañuelos
que la luna también baja a jugar.

Allí estuvo mi escuela refulgente:
por Dios y por los hombres bendecida;
con más brillo que el sol en el naciente
y pureza de rosa humedecida.

Allí estuvo y ha de seguir presente
su historia, en leyenda convertida;
mientras existía magia en el poniente
por los vientos su mística esparcida.

Raúl E. Garcia Córdoba
Ex-alumno Escuela Nº 62.

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