Historias
vivas de pueblo
Familia
Ingrassia - Scarvaci
Grietas
del alma
(Para siempre)
Veo la niña. La descubro cayendo
por un laberinto, anillos engrosados,
tubos oscuros que apenas alumbran. Una
oblicua línea con haces de luz
espinan desde arriba o invaden desde
abajo presagiando sismos. Cae la niña
de vestido claro con los cabellos que
se despliegan hacia lo alto mientras
ella no hace pie abajo , no llega abajo,
nunca. Flota, flota. Sus ojos miran
sin mirar y las manos y las piernas
se paralizan. Entonces…¡Cómo
pesa el aire!¡Como duele romperlo!.
Cae. El tubo se encoje. Es un embudo
siniestro apuntando el vacío,
a la pregunta punzante desde todos los
tiempos, tiempo ilimitado como la pregunta.
Súplica que ahoga y aprisiona
el pecho, porque el alma flota, si,
flota y se esparce por el espacio azul,
y se siente, ¡como se siente!
Es un oleaje tibio que abriga todo.
(Aunque la encrucijada insinúe
el vacío, la nada absoluta, el
destierro irrevocable.)
I
Desamparo
Desciende
la niña de vestido claro. Sigue
cayendo. El tubo se descarna. Sobreviven
imágenes: Un monte oscuro. Noche
de estrellas que platean sobre un cielo
que más que azul es negro intenso.
La niña junta los caballos. Los
enlaza al carro gastado. Se escucha
un grito desolador en la planicie demorada,
en el camino encogido que se extravía
en la espesura de caldenes apretados.
Los caballos ya mueven el carro que
lleva a Víctor hacia un monte
que lo espera estático. El hacha
brilla sobre las maderas opacas.
La nena saluda la figura del padre que
se interna en un azul de misterios.
(Parece
que el cielo roza la tierra,
y
anda lento,
lento…
para
prolongar la despedida.)
La
nena está sola en la inmensidad
, demasiado sola…Vuelve a la casa.
Hay abrigo de madre y hermanas que esperan,
esperan. Hay demasiada soledad, y desamparo,
y horas largas suspendidas en esa extensión
del planeta, soledad en una habitación
amasada en barro, territorio que se
confunde con los colores de la tierra
y las cortezas añejas de los
árboles.
Un puñadito de almas, esperando
escuchar otra vez el sonido del desvencijado
carro que cargado de leña llegará
una mañana cualquiera, después
de muchos soles y lunas de ausencia
para volver a repetir el ritual, de
madrugada helada o brasa de encendida
desde un cielo que gobierna por designio.
II
Destierro
La
niña flota en un laberinto infinito.
Sus ojos transparentes miran sin mirar
la pendiente que se aproxima. Siente
miedo. (Es un miedo que paraliza
hasta los débiles huesos.)
Retornan las imágenes. Un carro
viejo resigna sueños. Víctor
,Genoveva y sus nenas deben dejar ese
abrigo en el mundo, esas paredes amasadas
por las templadas manos que se van vacías.
(No
existía el allí el tiempo.
Solo
una marquita dibujada en la pared de
barro señalaba la mitad del día.)
Desalojo. Ya no hay lugar para ellos
en esa tierra de otro que tiene las
manos llenas. Desalojo.(Agrieta
el alma la soledad.)
El carro busca el camino. No hay vacío
en los corazones. Están muy juntos
en ese carro . Las manos buscan las
manos, un hombro otro hombro, y las
caras se juntan buscando la mansa caricia
de otra piel. (Amor incondicional,
alianza para siempre.)
Los caballos buscan el rumbo. El sol
se va achicando entre las ramas bajas.
El cielo se puebla de misterios y va
desvaneciéndolo todo. El carro
se marcha; es un péndulo en el
camino golpeado por otros carros que
buscan destinos.
Ya no se ven las figuras, ni el camino,
ni Víctor y los suyos. (
Ellos si se sienten, se perciben en
los abrazos, en la mano que aprieta
y cobija.)
El
desvelo se siente en la ahora noche
estrellada. Cada estrella vive. Se buscan
con la mirada los brillos intensos.
El manto azul es muy azul, por momentos
de plata al coagularse el resplandor
de las estrellas que por momentos se
escapan de su sitio creando destellos
que se fugan en el mismo instante. La
noche pesa. (Es un abismo el destino.)
El carro y el manojo de almas penetran
en la oscuridad incierta. Duele el destierro.
No hay pan con el hacha desmayado en
el costado de un carro ya viejo.
(Víctor lo sabe. No hay tierra
cierta. Duele el alma.)
III
Búsquedas
La nena de vestido claro flota en el
laberinto de grises luces que surgen
y se apagan con la intensidad de un
relámpago moviendo el aire que
por momentos se adormece y entonces
ahoga, comprime las imágenes
insomnes que vuelven, que vuelven a
surgir.
El carro se detiene. Se escucha el silencio
en tanta extensión sin límite.
Hay murmullos de pájaros. Un
eucaliptos presagia cercanía.
Crujen las hojas duras. Silva el viento
entre sus ramas claras. El carro se
detiene y se desinflan los cuerpos ya
entumecidos por el aire fresco de la
mañana. Hay humedad en los ojos
mansos. Se juntan las manos. En tanto
silencio Víctor hace una hueco
en la tierra huraña, aproxima
unas chapas .Hay techo para el desamparo.
Un pacto de amor para siempre, por siempre,
al abrigo de chapas oxidadas y tierra
limpia, regada por esa madre que concibe
más amor en ese conjuro de almas
puras .(Fusión indestructible
bajo ese techo de cielo.)
IV
Travesía con delantales blancos
(Tiene
una coraza la niña, la niña
que flota,
la
niña de noche sin estrellas
y
silencios que laceran el alma para siempre.
Niña
de miedos persistentes
a
ruidos que rompen el cristal del amparo.)
Los
niños del hachero buscan un atajo
por la vía para llegar al toque
de la campana, ceremonia necesaria para
sus largas horas. Van por la vía.
El pueblo está lejos. Es un atajo
de hierro. Hacen equilibrio en el riel
frío que conduce al destino señalado.
No hay voces. Solo murmullos de niños
tomados de la mano para sentirse fuerte
ante la orfandad que punza, obstinadamente.
El silencio gruñe sobre las espaldas.
Sienten el frío de la soledad,
que lo puebla todo, que invade, penetra
y se instala. Se hace largo el
camino. Duele el miedo. Se mete en la
piel, se hace espesa la sangre, y el
corazón acelera los latidos,
y las piernas se adormecen. (Duele
el miedo en el alma y en el cuerpo.)
Piruetas de equilibristas dibujan sonrisas.
Es hondo el suspiro cuando se percibe
la cercanía al pueblo. Se dibujan
eucaliptos. El murmullo de la estación
llega por el aire limpio que se mueve
sin apuro..
Se aflojan las almas que laten juntas
y corren, corren, para llegar antes,
para desprenderse de tanta angustia
que se pone máscaras para vencer
este destino de harapos y despojos.
V
Pacto de amor
La
niña de vestido claro se bambolea.
Es su destino la soledad.
¡Ya no duele el alma!…¡Ya
no duele!...¡Se ha evaporado!
¡Ahora cobija a todos los que
se quedaron en la puerta del túnel
para darle un adiós que no es
adiós…! Porque la niña
que dormía para siempre en ese
cuerpo gastado por la vida, estaba viva
con sus miedos, y se aferraba fuerte,
y amasaba vida, y entregaba el alma,
ese alma cimentada en los silencios
de noches sin estrellas, en un destierro
que quedó labrado en cada centímetro
de piel, en la angustia que velaba su
mirada, en su mano que apretaba fuerte
otras manos para cumplir aquel pacto
de amor para siempre.
Casi un siglo de dolores guardados,
de heridas abiertas, de corazón
agrietado y pasos cansados por resistir
tanta soledad, desierto insondable tatuado
en todos los rincones.
(A
pesar del calor de las manos).
R.M.
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