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CON UN TANGO EN LA VOZ

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............El convoy –estruendosamente-, se puso en marcha. El ensayó su último saludo a familiares y amigos que aguardaron hasta el último momento de su partida. Cuando se arrellanó en su asiento, abrió la ventanilla para aspirar otra bocanada de ese aire citadino, pesado, mezcla de alquitrán, bullicio, conventillo y suburbio. Las luces de Buenos Aires pronto se irían empequeñeciendo, los ruidos se irían ensordeciendo y el polvo se metería en el vagón. Pero desde el arranque su voz comenzó a desgranar un tango, que se hizo casi lágrima cuando la formación dejó atrás el ajetreo febril de la gran ciudad, y se sumergió en el silencio rural y el socavón de la noche………………
............ Estaba arribando al que sería su primer destino del interior. Sus ojos habían observado –sin haberse dado cuenta-, su propio rostro reflejado en la ventanilla cavilando, sumido en sus pensamientos, pensando en como sería ahora su vida..
............ El chirriar de acero de frenos, ruedas y riel y la ronca y repetida sirena de la máquina anunciaban –por fin-, que se terminaban las especulaciones, se agotaban los acertijos y comenzaba la realidad de la aventura, del desafío. Comenzaba la etapa crucial donde se moldea el carácter y el temperamento de todo hombre.
............Se sacudió las “pilchas” cuando se incorporó de su asiento. El polvo del largo trayecto insinuó una “nube” que, lánguidamente, se desperezó para tenderse –despreocupada e indiferente- segundos después en el piso, apoyabrazos y asientos del –ahora-, silencioso –y espaciadamente crujiente-, vagón de pasajeros. Alzó sus manos y bajó su magro equipaje: una valija –que contenía sus ropas-, y un portafolios en cuyo interior había documentos, papales, títulos, certificados y –quizás-, pertenencias íntimas y familiares, de esas que siempre acompañan a quienes parten del terruño hacia otros horizontes, donde aguardan edificar el futuro.
 

............Cuando transpuso el umbral de la puerta del vagón, aspiró la primer bocanada de ese especial aire patagónico. Y contemplando el descansado paisaje urbano –antes de pisar el anden de la estación-, exhaló su primer suspiro a modo de saludo. Una bocanada tanguera -con sello del Boedo natal-, se paseó por el adormecido y despoblado andén. La brisa matinal trajo a los oídos de la nostalgia, la melodía de un tango. Sus labios se movieron –casi imperceptiblemente-, recitando su letra. “Porque yo” –se decía y diría toda su vida-, “no tengo voz para cantar. Por eso recito el tango…!”. A punto de descender, “sintió” una brevísima ráfaga de viento –repentina, inesperada, pero consecuente y premonitoria-, que “bautizó” su llegada al “nuevo mundo”. Ese “soplo” inesperado se había “colado” –por esos giros incomprensibles e inescrutables del destino- a la formación en todo su trayecto. Y su ser se conmovió cuando ese suplo rugió en sus oídos ese grito de “tablón” tan familiar, tan cercano, al que tantas veces coreara de: “¡¡¡¡¡San Loren…….zoooo!; ……¡San Loren…..zooooooo…!. El “soplo” del “ciclón” venía consigo. El viejo Gasómetro también desembarcaba con él. Y en la pantalla gigante de la memoria las imágenes nítidas, cálidas y vívidas de la niñez y la primera juventud, de la alegría y el color de los pasados carnavales, del adoquín y las refulgentes vías del tranvía, de la familia y los amigos, se proyectaron a velocidad meteórica por su mente, empujando su cuerpo a dar el paso definitivo para descender del cansado vagón.



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