Profesor
Señor HÉCTOR IERVASI

CON UN TANGO EN LA VOZ
............El convoy
–estruendosamente-, se puso en marcha. El
ensayó su último saludo a familiares
y amigos que aguardaron hasta el último
momento de su partida. Cuando se arrellanó
en su asiento, abrió la ventanilla para
aspirar otra bocanada de ese aire citadino, pesado,
mezcla de alquitrán, bullicio, conventillo
y suburbio. Las luces de Buenos Aires pronto se
irían empequeñeciendo, los ruidos
se irían ensordeciendo y el polvo se metería
en el vagón. Pero desde el arranque su
voz comenzó a desgranar un tango, que se
hizo casi lágrima cuando la formación
dejó atrás el ajetreo febril de
la gran ciudad, y se sumergió en el silencio
rural y el socavón de la noche………………
............ Estaba
arribando al que sería su primer destino
del interior. Sus ojos habían observado
–sin haberse dado cuenta-, su propio rostro
reflejado en la ventanilla cavilando, sumido en
sus pensamientos, pensando en como sería
ahora su vida..
............ El chirriar
de acero de frenos, ruedas y riel y la ronca y
repetida sirena de la máquina anunciaban
–por fin-, que se terminaban las especulaciones,
se agotaban los acertijos y comenzaba la realidad
de la aventura, del desafío. Comenzaba
la etapa crucial donde se moldea el carácter
y el temperamento de todo hombre.
............Se sacudió
las “pilchas” cuando se incorporó
de su asiento. El polvo del largo trayecto insinuó
una “nube” que, lánguidamente,
se desperezó para tenderse –despreocupada
e indiferente- segundos después en el piso,
apoyabrazos y asientos del –ahora-, silencioso
–y espaciadamente crujiente-, vagón
de pasajeros. Alzó sus manos y bajó
su magro equipaje: una valija –que contenía
sus ropas-, y un portafolios en cuyo interior
había documentos, papales, títulos,
certificados y –quizás-, pertenencias
íntimas y familiares, de esas que siempre
acompañan a quienes parten del terruño
hacia otros horizontes, donde aguardan edificar
el futuro.
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............Cuando
transpuso el umbral de la puerta del vagón,
aspiró la primer bocanada de ese especial
aire patagónico. Y contemplando el descansado
paisaje urbano –antes de pisar el anden
de la estación-, exhaló su primer
suspiro a modo de saludo. Una bocanada tanguera
-con sello del Boedo natal-, se paseó por
el adormecido y despoblado andén. La brisa
matinal trajo a los oídos de la nostalgia,
la melodía de un tango. Sus labios se movieron
–casi imperceptiblemente-, recitando su
letra. “Porque yo” –se decía
y diría toda su vida-, “no tengo
voz para cantar. Por eso recito el tango…!”.
A punto de descender, “sintió”
una brevísima ráfaga de viento –repentina,
inesperada, pero consecuente y premonitoria-,
que “bautizó” su llegada al
“nuevo mundo”. Ese “soplo”
inesperado se había “colado”
–por esos giros incomprensibles e inescrutables
del destino- a la formación en todo su
trayecto. Y su ser se conmovió cuando ese
suplo rugió en sus oídos ese grito
de “tablón” tan familiar, tan
cercano, al que tantas veces coreara de: “¡¡¡¡¡San
Loren…….zoooo!; ……¡San
Loren…..zooooooo…!. El “soplo”
del “ciclón” venía consigo.
El viejo Gasómetro también desembarcaba
con él. Y en la pantalla gigante de la
memoria las imágenes nítidas, cálidas
y vívidas de la niñez y la primera
juventud, de la alegría y el color de los
pasados carnavales, del adoquín y las refulgentes
vías del tranvía, de la familia
y los amigos, se proyectaron a velocidad meteórica
por su mente, empujando su cuerpo a dar el paso
definitivo para descender del cansado vagón.

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