Tan sólo estampas:
de cornisas antiguas,
paredes de ladrillos,
estrechas puertas,
altas ventanas tras las fuertes rejas.
Calles de tierra,
veredas arboladas,
- frondosos paraísos -
y al fondo,
nuestra meta en verano:
los médanos, los montes;
los piquillines, caldenes...
y la arena.
El altar, la virgen comprensiva...
la escalera, el órgano,
y antiguo campanario.
.
La escuela...
que ya cumplió cien años!
La plaza con palmeras, arbustos,
aguaribay, y viejos bancos:
paseo obligado del domingo
y días de los actos patrios.
Esa "estación del Sur" vacía y misteriosa
en el confín del pueblo;
con grandes ojos huecos -las ventanas-
y en su entorno los añosos caldenes,
desgarrados fantasmas
en las noches de invierno.
Mi casa -mi madre, su oficina-,
magnolia del inmenso patio, con árboles-trapecios,
parral, cañaverales,
que señalaban los cambios de estación,
el transcurrir del tiempo.
Sensaciones...
perfume y sombra de esos paraísos,
caliente sol en las calladas siestas;
brillo de estrellas en las frías noches,
la calidez del fuego encendido,
y lejanos ladridos.
Los afectos...
el de compañeros, primos y amigos,
sentados en la esquina, riendo,
y soñando...
mientras la infancia se iba alejando.
Afectos a los que sumaran
los primeros amores,
bajo los mismos paraísos
perfumando la tibieza del verano.
Recuerdos...
Hoy más profundos,
de aquello que al sembrar
deja huella y moldea.
Muchas veces... Toay,
desearía retomar el camino, de regreso,
por sendero de tierra,
hacia atrás,
en el tiempo...
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