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Vascos
en La Pampa
Bernardo Arregui
Otro
Vasco Que Surcó La Pampa
Don
Bernardo Arregui, dolido por problemas familiares,
decidió alejarse de la ciudad de Ayacucho
y vendiendo todos los enseres que allí formaban
su horno de ladrillos; se llegó a la estación
del ferrocarril y pidió pagar siete boletos
(su esposa, él, y cinco hijos) hasta el lugar
más alejado donde lo llevara el ferrocarril;
porque en su ofuscamiento razonaba que estaría
mejor entre indios, que entre malos parientes.
Lo
inesperado del pedido, y la premura del viajero,
hizo que el encargado de la boletería le vendiera
boletos hasta Toay; cuyo recorrido estaba
próximo a inaugurarse.
Nadie reparó en ese detalle, y los
viajeros partieron en el primer convoy que
salió rumbo a La Pampa infinita, pero el problema
se presentó cuando al llegar a General Acha,
el tren detuvo su marcha y el guarda retiró
los boletos dando por terminado el viajé.
Aquí don Bernardo como buen hijo de Vasconia,
hizo valer sus derechos de viaje pago hasta
la estación de Toay: y los ingleses, que fueron
siempre muy formales en su empresa, les terminaron
el viaje en una chata que pagaron de su peculio.
Así fue que llegaron nuestros viajeros a Toay
por el sur antes que el ferrocarril y se libraron
de la cháchara de don Tomás Mason en la tranquera
de Las Malvinas.
Apenas llegados, compraron a Brown cierta
cantidad de tierra; Arregui construyó su vivienda
de paja y barro (chorizo) y la rodeé de árboles;
(que aún persisten) pero llegado el momento
de escriturar, no pudieron firmarle la propiedad
de la escritura y a cambio de trabajo y tiempo
perdido le dieron con escritura legalizada
cinco hectáreas de tierra que hasta no hace
muchos años se conocieron siempre como "La
quinta de Arregui".
Un edén en los médanos
Siguió con su amor a las plantas. No se conocían
molinos, pero el agua se encontraba a menos
de una palada, por lo que este vasco enterraba
barriles sin fondo en distintos lugares de
su predio, y tenía siempre agua para regadío.
Para efectuarlo, se atravesaba sobre sus hombros
una estaca de madera y en cada extremo colgaba
un balde de veinte litros más otros dos que
sostenía con sus manos; transportaba así,
casi cien litros de agua por vez hasta los
sitios más apartados de su huerta. Atraídos
por su manera de cultivar la tierra, se llegaban
hasta él los indios que aún tenían su toldería
en los médanos más altos hacia el norte de
la población (tal vez donde ahora se ha establecido
el Club de Caza).
Ganada su confianza, el cacique Mariano Rosas
solía contarle:-Yo creo como extranjero. De
chico pachao (por empachado) con zanagoria.
Y así mientras contaban sus cosas, elegían
la sandia que les parecía más linda y se la
cambiaban por una vaca. Por que parece ser
que los montes de los alrededores del pueblo
las había sin dueño; perdidas por los malones
con que los indios chilenos azotaron el sur
de la provincia de Buenos Aires dejando su
rastrillada y animales perdidos por los montes
vecinos, que luego procreaban y vivían a su
albedrío. Así trató y negoció con los indios
don Bernardo Arregui, feliz de haber realizado
su inspiración de que estaría mejor entre
indios que entre malos parientes y, contento,
aseguró siempre que nunca los indios lo molestaron
para nada.
Vasco chico
Allí en esas tierras que pronto limitarían
las vías del ferrocarril nació su sexto hijo
al que llamó José; la mamá, Josefa Andiarena,
fue asistida en su parto difícil por vecinas
que sólo tenían un corazón inmenso y una caridad
extraordinaria.
Esto pasaba un 9 de octubre del año i900,
que marcó el fin del siglo pasado. La infancia
de José Arregui fue plácida, transcurrida
junto a la de aquel Toay incipiente, entre
durazneros y chañares.
En la escuela número cinco, cumplió su ciclo
escolar, recordando como maestro suyo al señor
Lindor Garro, oriundo de la provincia de San
Luis.
Cuando terminaba la jornada escolar latía
en aquellos adolescentes la idea del deporte;
de allí saldrían las raíces del fútbol toayense.
Comenzaron necesitando una cancha para practicar
su juego, y creo que el lugar elegido o designado
para ello, fueron los baldíos donde hoy está
la iglesia o muy cerca de ella.
Designado José para el trabajo más arduo,
llegó un día muy entusiasmado y le contó a
su padre la misión que le correspondía cumplir.
Tenía que limpiar de rosetas el lugar señalado
para la cancha.
Al oírlo de sobra comprendió su papá que ese
compromiso excedía las fuerzas del chico porque
el rosetal estaba en todo su esplendor...
Pero no lo recriminó para nada, sólo que al
día siguiente cuando José, conseguida una
pele bien afilada fue a cumplirlo asignado,
se encontró con su padre en el terreno, que
trabajando a brazo partido desde el amanecer,
tenía casi hecha la tarea... Así cumplió la
palabra empeñada por el hijo, y puso las raíces
de lo que con el andar del tiempo sería Sportivo
Toay.
Hacer aquella más que considerable tarea fue
un juego de niños para este inmigrante vasco
que por dos veces, levantó su hogar en este
suelo, poblándolo de árboles y jagúeles y
punteando a pala, sin más ayuda que su genio
y su salud las cinco hectáreas de su tierra...
que enorgullecieron las quintas de Toay. |
Por:
ZuIema Ormaechea *Docente jubilada, colaboradora
de Caldenia en Toay- La Arena Nov. 2001
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