Historia
El
Angel Gris
Hace
unos años.., la escruta dora pupila de Wálter
Cazenave divisó un ángel en el cielo
toayense, y sobre ese suceso escribió un sabroso
relato en Caldenia. Esta ocasión del Centenario
de Toay es una buena excusa para exhumar ese
artículo, en el que el autor propone
la mirada de ese ser celestial como un registro
cuasi fotográfico de un pasado
de leyenda y epopeya. |

El
Angel Gris ubicado en un frontispicio de una
antigua
casa de ramos generales. Sarmiento y Bvar
Brown. |
..."Así, recorriendo ese larguísimo "Boulevard Brown"...
se nos apareció de pronto, en
el frontispicio de una vieja casona..."
.
Inasible en su modesta altura, la mirada perdida
en el infinito, un ángel vela sobre Toay. Aveces
caminar con la vista alta no es símbolo de orgullo
sino de interés en lo que nos rodea y está más allá
de nuestro nivel humano, bastante escaso, por cierto.
Así, recorriendo ese larguísimo "Boulevard Brown"
-que es un tiempo senda que apunta al monte y recuerdo
de la frustración del pueblo que no pudo ser- se
nos apareció de pronto, en el frontispicio de una
vieja casona, símbolo ella misma de mejores tiempos.
Cierto que cien veces habíamos pasado por el sitio,
pero fue en ésta (acaso la luz de otoño, quizás
la hora, tal vez el ánimo de la compañía...) que
el rostro angelical se nos apareció, delineado en
su pequeña altura y junto a un modesto cielo de
chapas de zinc oxidadas. Un teleobjetivo permitió
analizar sus rasgos: un rostro noble, levemente
mofletudo y melancólico, enmarcado por algo que
- no se divisa bien- pueden ser laureles o quizás
una cabellera; bajo su cuello un esbozo de vestimenta.
Todo en una forma circular, de un material netamente
diferenciable de aquel sobre el que se asienta como
alto relieve.
Cualquier mediano conocedor de la historia de la
arquitectura, tendrá con lo dicho, y con la imagen
que acompaña la nota, suficientes elementos para
señalar que se trata de un ornamento art noveau
muy acorde con la época y la situación económico
social en que debió haberse construido, seguramente
a principios de siglo. Con un pequeño esfuerzo acaso
agregará el tipa de material que lo constituye y
hasta puede que arriesgue la escuela decorativa
de la que surgió.
Lejos de descalificar esas apreciaciones, nuestro
interés, sin embargo, tomó para otro rumbo. Pensamos,
por ejemplo, que en forma más o menos disimulada,
los ángeles siempre han presidido la vida de las
ciudades y los pueblos, ubicados en las alturas
para escapar a la miseria humana, avizorar el porvenir
y ver, de paso, cómo se pierden a lo lejos las esperanzas.
En muchas catedrales europeas comparten esta jerarquía
con espantosas gárgolas que bien pueden atribuirse
a los demonios.
Es que los ángeles, con su difusa condición que
tantas especulaciones costó a los escolásticos,
con sus evocaciones de debilidad y santidad (recordar
que el Malo fue en principio el Angel Preferido...)
han sido siempre caros al sentimiento religioso
más simple, que les adjudica, entre otras funciones,
la guarda personal de cada uno de los mortales,
tarea ímproba si bien se mira.
García Lorca veía en el crepúsculo andaluz "ángeles
de largas trenzas y corazones de aceite". En latitudes
más cercanas, Alejandro Dolina hace planera sobre
el barrio de Flores, a su entrañable Angel Gris,
medio rantifuso en sus milagros.
El ángel toayense, el ángel de Toay (para embellecerlo
en la palabra), tiene poco y nada de aquéllos. Más
bien recuerda, salvando alturas y antigüedades,
al "Angel de mil doscientos" que describe Giovanni
Guareschi en una de las historias de "Don Camilo".
Como aquél, que avizoraba la llanura del Pro desde
lo alto de su campanario, éste, desde su ochava
de medio rumbo, lleva tantísimos años con la mirada
perdida en el caldenar. No vio, cuando recién impuesto,
la barbarie de los combates entre cristianos e indios,
pero seguramente a sus pies pasaron, y pasan, los
Últimos ranqueles.
Debió haber mirado con ojos jóvenes a don Juan Brown,
ilusionado con su pueblo fundado en el paraje antiguo
y poco a poco marginado por intrigas políticas,
y por la rumbosa avenida, que por entonces unía
las dos estaciones de líneas diferentes que insinuaban
a Toay como nudo ferroviario, pasar los carruajes
con camas y caballeros recién venidos, molestos
por el polvo levemente emocionados de transitar
la pampa hasta ayer salvaje. Desde su altura seguramente
fue una fiesta ver el trazado de la picada que prometía
el ramal a Villa Mercedes, todavía perceptible hoy,
y con el rabillo del ojo no le ha de haber sido
difícil contemplar en el fondo del valle, la gloria
del manantial famoso que engalanaba el bajo.
El mismo edificio, sobre el que se ubica, pese a
]os años, habla a las claras de un tiempo próspero.
Acaso un hotel, una vivienda rumbosa o una de aquellas
maravillosas y rebosantes casas de "ramos generales"
que salpicaban la pampa vieja. A sus pies, los jinetes
y carreros debieron atar los caballos en las argollas
empotradas en la vereda, antes de echar un trago
que mitigara el polvo del camino. Si todavía desde
su altura, sin esforzar la vista, allá frente a
la estación vieja, divisa el carretón de enormes
ruedas, veterano y abandonado.
Cuando los "Años Malos", el viento debió castigarlo
mil veces, y en épocas de lluvias las gotas resbalarían
por sus mejillas remedando las lágrimas que no pudo
verter. Los soles del verano lo amorenaron, los
fríos de invierno lo han curtido. El vio un Toay,
brumoso, con otras gentes y otras actividades. La
hachada y los hachadores, la cosecha y los bolseros,
el rancherío y las casitas bajas, la risa y el llanto,
la alegría y la tragedia, la vida y la muerte.
Ahora está allí, inerme a la piqueta del progreso,
que puede o no tardar, pero que siempre llega. Carecemos
de autoridad para juzgar sus valores artísticos,
aunque nos parece que es hermoso. Visto así a la
distancia y por encima, se nos ocurre que su valor
es el de un símbolo. Claro que el nuestro, pueblo
joven, recién está creando los suyos propios y,
más bien, se ha especializado en destruir aquellos
que le podrían haber servido como tales, según atestiguan
numerosos hechos y empresas ocurridos.
Entonces uno se pregunta: ¿No habrá algún edicto,
una ley, una disposición mínima que permita, si
llega el caso guardar en un rinconcito amable ese
viejo y olvidado ángel pampeano...?.
Creemos que si. Pero antes de poner punto final
me anticipo a la objeción del lector: ¿Y si .no
es un ángel? ¿Si el altorrelieve representa solamente
un amable y sufrido rostro, simpátiço pero escasamente
teológico?... Me apresuro a responder: si no es
un ángel, merece serlo. Por la altura en que está,
por todo lo que uno quiere que haya visto y porque,
en definitiva, siempre deseamos una presencia etérea
y bondadosa que, en efigie o en pensamiento, vele
por nosotros. Aunque su cielo inmediato esté poblado
por nubes de chapas herrumbrosas.
Fuente:
Diario "La Arena" - suplemento centenario
de Toay- Autor Walter Cazenave
- 9 de julio - 1994
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